Poemas de Andrés bello
A la nave
¿Qué
nuevas esperanzas
al
mar te llevan? Torna,
torna,
atrevida nave,
a
la nativa costa.
Aún
ves de la pasada
tormenta
mil memorias,
¿y
ya a correr fortuna
segunda
vez te arrojas?
Sembrada
está de sirtes
aleves
tu derrota,
do
tarde los peligros
avisará
la sonda.
¡Ah!
Vuelve, que aún es tiempo,
mientras
el mar las conchas
de
la ribera halaga
con
apacibles olas.
Presto
erizando cerros
vendrá
a batir las rocas,
y
náufragas reliquias
hará
a Neptuno alfombra.
De
flámulas de seda
la
presumida pompa
no
arredra los insultos
de
tempestad sonora.
¿Qué
valen contra el Euro,
tirano
de las ondas,
las
barras y leones
de
tu dorada popa?
¿Qué
tu nombre, famoso
en
reinos de la aurora,
y
donde al sol recibe
su
cristalina alcoba?
Ayer
por estas aguas,
segura
de sí propia,
desafiaba
al viento
otra
arrogante proa;
Y
ya, padrón infausto
que
al navegante asombra,
en
un desnudo escollo
está
cubierta de ovas.
¡Qué!
¿No me oyes? ¿El rumbo
no
tuerces? ¿Orgullosa
descoges
nuevas velas,
y
sin pavor te engolfas?
¿No
ves, ¡oh malhadada!
que
ya el cielo se entolda,
y
las nubes bramando
relámpagos
abortan?
¿No
ves la espuma cana,
que
hinchada se alborota,
ni
el vendaval te asusta,
que
silba en las maromas?
¡Vuelve,
objeto querido
de
mi inquietud ansiosa;
vuelve
a la amiga playa,
antes
que el sol se esconda!
A Moisés
¿Qué
son las fuentes en que el oro brilla,
y
el mármol de colores,
a
par del Nilo, y de esta verde orilla
esmaltada
de flores?
No
es tan grato el incienso que consume
en
el altar la llama,
como
entre los aromos el perfume
que
el céfiro derrama.
Ni
en el festín real me gozo tanto,
como
en oír la orquesta
alada,
que, esparciendo dulce canto,
anima
la floresta.
¿Véis
cuál se pinta en la corriente clara
el
puro azul del cielo?
El
cinto desatadme, y la tïara,
y
el importuno velo.
¿Véis
en aquel remanso trasparente
zabullirse
la garza?
Las
ropas deponed; y al blando ambiente,
el
cabello se esparza.
Alocución a la poesía
Fragmento del poema «América»
Divina
poesía,
tú,
de la soledad habitadora,
a
consultar tus cantos enseñada
con
el silencio de la selva umbría;
tú,
a quien la verde gruta fue morada,
y
el eco de los montes compañía;
tiempo
es que dejes ya la culta Europa,
que
tu nativa rustiquez desama,
y
dirijas el vuelo adonde te abre
el
mundo de Colón su grande escena.
También
propicio allí respeta el cielo
la
simple verde rama
con
que al valor coronas;
también
allí la florecida vega,
el
bosque enmarañado, el sesgo río,
colores
mil a tus pinceles brinda;
y
céfiro revuelto entre las rosas;
y
fúlgidas estrellas
tachonan
la carroza de la noche;
y
el Rey del cielo, entre cortinas bellas
de
nacaradas nubes, se levanta,
y
la avecilla en no aprendidos tonos
con
dulce pico endechas de amor canta.
¿Qué
a ti, silvestre ninfa, son las pompas
de
dorados alcázares reales?
¿A
tributar también irás con ellos,
en
medio de la turba cortesana,
el
torpe incienso de servil lisonja?
No
tal te vieron tus más bellos días
cuando
en la infancia de la gente humana,
maestra
de los pueblos y los reyes,
cantaste
al mundo las primeras leyes.
No
te detenga, ¡oh diosa!,
esta
región de luz y de miseria,
en
donde tu ambiciosa
rival
Filosofía,
que
la virtud a cálculo somete,
de
los mortales te ha usurpado el culto;
donde
la coronada hidra amenaza
traer
de nuevo al pensamiento esclavo
la
antigua noche de barbarie y crimen;
donde
la libertad, vano delirio,
fe
la servilidad, grandeza el fasto,
la
corrupción cultura se apellida:
descuelga
de la encina carcomida
tu
dulce lira de oro, con que un tiempo
los
prados y las flores, el susurro
de
la floresta opaca, el apacible
murmurar
del arroyo transparente,
las
gracias atractivas
de
natura inocente
a
los hombres cantaste embelesados;
y
sobre el vasto Atlántico tendiendo
las
vigorosas alas, a otro cielo,
a
otro mundo, a otras gentes te encamina,
do
viste aún su primitivo traje
la
tierra, al hombre sometida apenas;
y
las riquezas de los climas todos,
América,
del sol joven esposa,
del
antiguo oceano hija postrera
en
su seno feraz cría y esmera.
El anauco
Irrite
la codicia
por
rumbos ignorados
a
la sonante Tetis
y
bramadores austros;
el
pino que habitaba
del
Betis fortunado
las
márgenes amenas
vestidas
de amaranto,
impunemente
admire
los
deliciosos campos
del
Ganges caudaloso,
de
aromas coronado.
Tú,
verde y apacible
ribera
del Anauco,
para
mí más alegre,
que
los bosques idalios
y
las vegas hermosas
de
la plácida Pafos,
resonarás
continuo
con
mis humildes cantos;
y
cuando ya mi sombra
sobre
el funesto barco
visite
del Erebo
los
valles solitarios,
en
tus umbrías selvas
y
retirados antros
erraré
cual un día,
tal
vez abandonando
la
silenciosa margen
de
los estigios lagos.
La
turba dolorida
de
los pueblos cercanos
evocará
mis manes
con
lastimero llanto;
y
ante la triste tumba,
de
funerales ramos
vestida,
y olorosa
con
perfumes indianos,
dirá
llorando Filis:
«Aquí
descansa Fabio» .
¡Mil
veces venturoso!
Pero,
tú, desdichado,
por
bárbaras naciones
lejos
del clima patrio
débilmente
vaciles
al
peso de los años.
Devoren
tu cadáver
los
canes sanguinarios
que
apacienta Caribdis
en
sus rudos peñascos;
ni
aplaque tus cenizas
con
ayes lastimados
la
pérfida consorte
ceñida
de otros brazos.
La oración por todos
I
Ve
a rezar, hija mía. Ya es la hora
de
la conciencia y del pensar profundo:
cesó
el trabajo afanador y al mundo
la
sombra va a colgar su pabellón.
Sacude
el polvo el árbol del camino,
al
soplo de la noche; y en el suelto
manto
de la sutil neblina envuelto,
se
ve temblar el viejo torreón.
¡Mira
su ruedo de cambiante nácar
el
occidente más y más angosta;
y
enciende sobre el cerro de la costa
el
astro de la tarde su fanal.
Para
la pobre cena aderezado,
brilla
el albergue rústico; y la tarda
vuelta
del labrador la esposa aguarda
con
su tierna familia en el umbral.
Brota
del seno de la azul esfera
uno
tras otro fúlgido diamante;
y
ya apenas de un carro vacilante
se
oye a distancia el desigual rumor.
Todo
se hunde en la sombra; el monte, el valle,
y
la iglesia, y la choza, y la alquería;
y
a los destellos últimos del día,
se
orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza
toda gime: el viento
en
la arboleda, el pájaro en el nido,
y
la oveja en su trémulo balido,
y
el arroyuelo en su correr fugaz.
El
día es para el mal y los afanes.
¡He
aquí la noche plácida y serena!
El
hombre, tras la cuita y la faena,
quiere
descanso y oración y paz.
Sonó
en la torre la señal: los niños
conversan
los niños
conversan
con espíritus alados;
y
los ojos al cielo levantados,
invocan
de rodillas al Señor.
Las
manos juntas, y los pies desnudos,
fe
en el pecho, alegría en el semblante,
con
una misma voz, a un mismo instante,
al
Padre Universal piden amor.
Y
luego dormirán; y en leda tropa,
sobre
su cuna volarán ensueños,
ensueños
de oro, diáfanos, risueños,
visiones
que imitar no osó el pincel.
Y
ya sobre la tersa frente posan,
ya
beben el aliento a las bermejas
bocas,
como lo chupan las abejas
a
la fresca azucena y al clavel.
Como
para dormirse, bajo el ala
esconde
su cabeza la avecilla,
tal
la niñez en su oración sencilla
adormece
su mente virginal.
¡Oh
dulce devoción que reza y ríe!
¡De
natural piedad primer aviso!
¡Fragancia
de la flor del paraíso!
¡Preludio
del concierto celestial!
II
Ve
a rezar, hija mía. Y ante todo,
ruega
a Dios por tu madre: por aquella
que
te dio el ser, y la mitad más bella
de
su existencia ha vinculado en él;
que
en su seno hospedó tu joven alma,
de
una llama celeste desprendida;
y
haciendo dos porciones de la vida,
tomó
el acíbar y te dio la miel.
Ruega
después por mí, más que tu madre
lo
necesito yo... Sencilla, buena,
modesta
como tú, sufre la pena,
y
devora en silencio su dolor.
A
muchos compasión, a nadie envidia,
la
vi tener en mi fortuna escasa.
Como
sobre el cristal la sombra, pasa
sobre
su alma el ejemplo corruptor.
No
le son conocidos...¡ni lo sean
a
ti jamás! ... los frívolos azares
de
la vana fortuna, los pesares
ceñudos
que anticipan la vejez;
de
oculto oprobio el torcedor, la espina
que
punza a la conciencia delincuente,
la
honda fiebre del alma, que la frente
tiñe
con enfermiza palidez.
Mas
yo la vida por mi mal conozco,
conozco
el mundo, y sé su alevosía;
y
tal vez de mi boca oirás un día
lo
que valen las dichas que nos da.
Y
sabrás lo que guarda a los que rifan
riquezas
y poder, la urna aleatoria,
y
que tal vez la senda que a la gloria
guiar
parece, a la miseria va.
Viviendo,
su pureza empaña el alma,
y
cada instante alguna culpa nueva
arrastra
en la corriente que la lleva
con
rápido descenso al ataúd.
La
tentación seduce; el juicio engaña;
en
los zarzales del camino, deja
alguna
cosa cada cual: la oveja
su
blanca lana, el hombre su virtud.
Ve,
hija mía, a rezar por mí, al cielo
pocas
palabras dirigir te baste;
"Piedad,
Señor, al hombre que criaste;
eres
Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!
Y
Dios te oirá que cuál del ara santa
sube
el humo a la cúpula eminente,
sube
del pecho cándido, inocente,
al
trono del Eterno la oración.
Todo
tiende a su fin: a la luz pura
del
sol, la planta; el cervatillo atado,
a
cervatillo atado,
a
la libre montaña; el desterrado,
al
caro suelo que lo vió nacer;
y
la abejilla en el frondoso valle,
de
los nuevos tomillos al aroma;
y
la oración en alas de paloma
a
la morada del Supremo Ser.
Cuando
por mí se eleva a Dios tu ruego,
soy
como el fatigado peregrino,
que
su carga a la orilla del camino
deposita
y se sienta a respirar;
porque
de tu plegaria el dulce canto
alivia
el peso a mi existencia amarga,
y
quita de mis hombros esta carga,
que
me agobia de culpa y de pesar.
Ruega
por mí, y alcánzame que vea,
en
esta noche de pavor, el vuelo
de
un ángel compasivo, que del cielo
traiga
a mis ojos la perdida luz.
Y
pura finalmente, como el mármol
que
se lava en el templo cada día,
arda
en sagrado fuego el alma mía,
como
arde el incensario ante la cruz.
III
Ruega,
hija, por tus hermanos,
los
que contigo crecieron,
y
en un mismo seno exprimieron,
y
un mismo techo abrigó.
Ni
por los que te amen sólo
el
favor del cielo implores;
por
justos y pecadores,
Cristo
en la cruz expiró.
Ruega
por el orgulloso
que
ufano se pavonea,
y
en su dorada librea,
funda
insensata altivez;
y
por el mendigo humilde
que
sufre el ceño mezquino
de
los que beben el vino
porque
le dejen la hez.
Por
el que de torpes vicios
sumido
en profundo cieno,
hace
aullar el canto obsceno
de
nocturna bacanal.
Y
por la velada virgen
que
en su solitario lecho
con
la mano hiriendo el pecho,
reza
el himno sepulcral.
Por
el hombre sin entrañas,
en
cuyo pecho no vibra
una
simpática fibra
al
pesar y a la aflicción.
Que
no da sustento al hambre,
ni
a la desnudez vestido,
ni
da la mano al caído,
ni
da a la injuria perdón.
Por
el que en mirar se goza
su
puñal de sangre rojo,
buscando
el rico despojo,
o
la venganza cruel.
Y
por el que en vil libelo
destroza
una fama pura,
y
en la aleve mordedura
escupe
asquerosa hiel.
Por
el que surca animoso
la
mar de peligros, llena;
por
el que arrastra cadena,
y
por su duro señor.
Por
la razón que leyendo,
en
el gran libro, vigila;
por
la razón que vacila:
por
la que abraza el error.
Acuérdate
en fin, de todos
los
que penan y trabajan;
y
de todos los que viajan
por
esa vida mortal.
Acuérdate
aun del malvado
que
a Dios blasfemando irrita.
La
oración es infinita:
nada
agota su caudal.
IV
¡Hija!
reza también por los que cubre
la
soporosa piedra de la tumba,
profunda
sima adonde se derrumba
la
turba de los hombres mil a mil:
abismo
en que se mezcla polvo a polvo,
y
pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
de
que el añoso bosque Abril despoja,
mezclar
la
suya otro y otro Abril.
Arrodilla,
arrodíllate en la tierra
donde
segada en flor yace mi Lola,
coronada
de angélica aureola;
do
helado duerme cuanto fue mortal;
donde
cautivas almas piden preces
que
las restauren a su ser primero,
y
purguen las reliquias del grosero
vaso,
que las contuvo, terrenal.
¡Hija!
cuando tú duermes, te sonríes,
y
cien apariciones peregrinas,
sacuden
retozando tus cortinas:
travieso
enjambre, alegre, volador.
Y
otra vez a la luz abres los ojos,
al
mismo tiempo que la aurora hermosa
abre
también sus párpados de rosa,
y
da a la tierra el deseado albor.
¡Pero
esas pobres almas!...¡si supieras
que
sueño duermen!... su almohada es fría;
duro
su lecho; angélica armonía
no
regocija nunca su prisión.
No
es reposo el sopor que las abruma;
para
su noche no hay albor temprano;
y
la conciencia, velador gusano,
les
roe inexorable el corazón.
Una
plegaria, un solo acento tuyo,
hará
que gocen pasajero alivio,
y
de que luz celeste un rayo tibio
logre
a su oscura estancia penetrar;
que
el atormentador remordimiento
una
tregua a sus víctimas conceda,
y
del aire, y el agua, y la arboleda,
oigan
el apacible susurrar.
Cuando
en el campo con pavor secreto
la
sombra ves, que de los cielos baja,
la
nieve que las cumbres amortaja,
y
del ocaso el tinte carmesí:
en
las quejas de aura y de la fuente
¿no
te parece que una voz retiña?
una
doliente retiña?
una
doliente voz que dice: "Niña,
cuándo
tú reces, ¿rezarás por mí?"
Es
la voz de las almas. A los muertos
que
oraciones alcanzan, no escarnece
el
rebelado arcángel, y florece
sobre
su tumba perennal tapiz.
Más
¡ay! los que yacen olvidados
cubren
perpetuo horror, hierbas extrañas
ciegan
su sepultura; a sus entrañas
¡árbol
funesto enreda la raíz!
Y
yo también, (no dista mucho el día)
huésped
seré de la morada oscura,
y
el ruego invocaré de un alma pura,
que
a mi largo penar consuelo dé.
Y
dulce entonces me será que vengas,
y
para mí la eterna paz implores,
y
en la desnuda loza esparzas flores,
simple
tributo de amorosa fe.
¿Perdonarás
a mi enemiga estrella,
si
disipadas fueron una a una
las
que mecieron tu mullida cuna
esperanzas
de alegre porvenir?
Sí,
le perdonarás; y mi memoria
te
arrancará una lágrima, un suspiro
que
llegue hasta mi lóbrego retiro,
y
haga mi helado polvo rebullir.
Las ovejas
«¿Líbranos
de la fiera tiranía
de
los humanos, Jove omnipotente
¡una
oveja decía,
entregando
el vellón a la tijera?
que
en nuestra pobre gente
hace
el pastor más daño
en
la semana, que en el mes o el año
la
garra de los tigres nos hiciera.
Vengan,
padre común de los vivientes,
los
veranos ardientes;
venga
el invierno frío,
y
danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos
vivir independientes,
donde
jamás oigamos la zampoña
aborrecida,
que nos da la roña,
ni
veamos armado
del
maldito cayado
al
hombre destructor que nos maltrata,
y
nos trasquila, y ciento a ciento mata.
Suelta
la liebre pace
de
lo que gusta, y va donde le place,
sin
zagal, sin redil y sin cencerro;
y
las tristes ovejas ¡duro caso!
si
hemos de dar un paso,
tenemos
que pedir licencia al perro.
Viste
y abriga al hombre nuestra lana;
el
carnero es su vianda cuotidiana;
y
cuando airado envías a la tierra,
por
sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién
ha visto que corra sangre humana?
en
tus altares? No: la oveja sola
para
aplacar tu cólera se inmola.
Él
lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y
es razón que sujetas al gobierno
de
esta malvada raza, Dios eterno,
para
siempre vivamos?
¿Qué
te costaba darnos, si ordenabas
que
fuésemos esclavas,
menos
crüeles amos?
Que
matanza a matanza y robo a robo,
harto
más fiera es el pastor que el lobo» .
Mientras
que así se queja
la
sin ventura oveja
la
monda piel fregándose en la grama,
y
el vulgo de inocentes baladores
¡vivan
los lobos! clama
y
¡mueran los pastores!
y
en súbito rebato
cunde
el pronunciamiento de hato en hato
el
senado ovejuno
«¡ah!» dice,
«todo es uno».
Miserere
¡Piedad,
piedad, Dios mío!
¡Que
tu misericordia me socorra!
Según
la muchedumbre
de
tus clemencias, mis delitos borra.
De
mis iniquidades
lávame
más y más; mi depravado
corazón
quede limpio
de
la horrorosa mancha del pecado.
Porque,
Señor, conozco
toda
la fealdad de mi delito,
y
mi conciencia propia
me
acusa y contra mí levanta el grito.
Pequé
contra Ti solo;
a
tu vista obré mal; para que brille
tu
justicia, y vencido,
el
que te juzgue tiemble y se arrodille.
Objeto
de tus iras
nací,
de iniquidades mancillado,
y
en el materno seno
cubrió
mi ser la sombra del pecado.
En
la verdad te gozas
y
para más rubor y más afrenta,
tesoros
me mostraste
de
oculta celestial sabiduría.
Pero
con el hisopo
me
rociarán, y ni una mancha leve
tendré
ya; lavárasme,
y
quedaré más blanco que la nieve.
Sonarán
tus acentos
de
consuelo y de paz en mis oídos,
y
celeste alegría
conmoverá
mis huesos.
Aparta,
pues, aparta
tu
faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda
rastro
de culpa por tu enojo encienda.
En
mis entrañas cría
un
corazón que con ardiente afecto
te
busque; un alma pura,
enamorada
de lo justo y recto.
De
tu dulce presencia,
en
que al lloroso pecador recibes,
no
me arrojes airado
ni
de tu santa inspiración me prives.
Restáurame
en tu gracia,
que
es del alma salud, vida y contento;
y
al débil pecho infunde
de
un ánimo real el noble aliento:
haré
que el hombre injusto
de
su razón conozca el extravío;
le
mostraré tu senda,
y
a tu ley santa volverá al impío.
Mas
líbrame de sangre,
¡mi
Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente
de
piedad! Y mi lengua
loará
tu justicia eternamente.
Desatarás
mis labios,
si
santo un pecador que llora alcanza,
y
gozosa a las gentes
anunciará
mi lengua tu alabanza.
Que
si víctima fueran
gratas
a Ti, las inmolará luego;
pero
no es sacrificio
que
te deleita el que consume el fuego.
Un
corazón doliente
es
la expiación que a tu justicia agrada:
la
víctima que aceptas
es
un alma contrita y humillada.
Vuelve
a Sión tu benigno
rostro
primero y tu piedad amante
y
sus muros humilde
Jerusalén,
Señor, al fin levante.
Y
de puras ofrendas
se
colmarán tus aras y propicio
recibirás
un día
el
grande inmaculado sacrificio.
Rubia
¿Sabes,
rubia, qué gracia solicito
cuando
de ofrendas cubro los altares?
No
ricos muebles, no soberbios lares,
ni
una mesa que adule al apetito
De
Aragua a las orillas un distrito
que
me tribute fáciles manjares,
do
vecino a mis rústicos hogares
entre
peñascos corra un arroyito.
Para
acogerme en el calor estivo,
que
tenga una arboleda también quiero,
do
crezca junto al sauce el coco altivo.
¡Felice
yo si en este albergue muero;
y
al exhalar mi aliento fugitivo,
sello
en tus labios el adiós postrero!
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