HUMANISMO UNIVERSALISTA
Los últimos años
A comienzos de la década del
‘80, la situación de los humanismos era desordenada.
Por una parte, el
existencialismo sartriano no había podido desembocar en una corriente que,
expresada políticamente, conmoviera los ambientes intelectuales más allá del
estudio de los filósofos y las producciones de los literatos.
Heidegger, había
descalificado a todo humanismo conocido como una expresión metafísica más. A cambio de esto, llamaba al silencio y a la
preparación de la “nueva alborada del Ser”.
El Humanismo teocéntrico, se
hundía en sus propias contradicciones a
pesar de los esfuerzos realizados para hacer aparecer al Cristianismo como la
verdadera encarnación del humanismo.
Autores como W. Luypen, trataron
de hacer de la Fenomenología también un humanismo[1], aun cuando se vio
claramente que el interés estaba puesto en abrir nuevos horizontes al Humanismo
cristiano. Pero tales intentos, no
pudieron desarrollarse en el tiempo que medió desde su origen hasta la década
del ‘80.
El humanismo marxista, luego
de algunos intentos por establecer campos diferenciados entre “humanismo
burgués” y “humanismo proletario”, adoptaba desde sus cúpulas burocráticas la
postura propiciada por Althusser.
De este modo, la palabra
“humanismo” vagó por distintos ambientes y terminó confundida con una suerte de
actitud que más bien se refería a la “preocupación por la vida humana en
general”, acosada por los problemas sociales, tecnológicos y de sentido.
Desde luego que no puede
dejarse de lado el trabajo que, aunque realizado en ámbito restringido, llevaba
adelante la “Tercera Escuela de Sicoterapia de Viena”. Viktor Frankl recogía las enseñanzas de la
fenomenología y el existencialismo y las aplicaba exitosamente en una dirección
totalmente nueva respecto de las anteriores escuelas siquiátricas
deterministas. Estas últimas, a la
sazón, padecían también la crisis de fundamento científico en la medida en que
seguían apegadas a sus mitos de origen.
En Psicoterapia y Humanismo,
dice Frankl: «La logoterapia no invalida, en modo alguno, los profundos e
importantes hallazgos de pioneros de la talla de Freud, Adler, Pavlov, Watson o
Skinner. Dentro de sus respectivas
dimensiones, cada una de estas escuelas posee vigencia. Pero su importancia y valor auténticos se
hacen tan solo visibles si las situamos dentro de una dimensión más elevada,
más amplia: dentro de la dimensión humana.
En ésta, ciertamente, el hombre no puede seguir siendo considerado como
un ser cuya preocupación básica es la de satisfacer impulsos y gratificar
instintos, o bien reconciliar al ello, al yo y al superyó: ni la realidad
humana puede comprenderse meramente como el resultado de procesos
condicionantes o de reflejos condicionados.
En dicha dimensión, el hombre se revela como un ente en busca de
sentido: una búsqueda que, realizada en vano, es origen de muchos males de
nuestra época. Un psicoterapeuta que
rehuse a priori escuchar “la voz que clama en demanda de sentido”, ¿cómo podrá
enfrentarse con la masiva neurosis de nuestros días?»
Y más adelante dice:
«... La cualidad autotrascendente de la
realidad humana se refleja, a su vez, en la cualidad ‘intencional’ de los
fenómenos humanos como han señalado Franz Brentano y Edmund Husserl. Los fenómenos humanos se refieren y apuntan a
‘objetos intencionales’. La razón y el
sentido representan objetos de esta índole.
Son el ‘logos’ al cual tiende la psique.
Si la psicología ha de ser merecedora de su nombre, deberá reconocer las
dos mitades de que se compone su nombre, tanto ‘logos’ como ‘psique’».[2]
Pensadores como M. Buber,
formados en Occidente pero enraizados en distintas culturas hicieron también
llegar su aporte esclarecedor y refrescante.
Pero también en otras áreas
alejadas de las tradiciones culturales occidentales, el Humanismo operó (en la
práctica), convirtiéndose en factor dinamizante de sociedades que hasta hace
poco tiempo estaban fuera del debate de las ideas universales. Uno de los casos más interesantes fue el del
presidente K. Kaunda en Zambia quien había instalado un gobierno fuerte desde
el triunfo de la revolución anticolonialista en su país. Su pasaje de un humanismo declamativo a la
realización de un humanismo consecuente, mostró los rasgos de una verdadera
“conversión”.[3] Súbitamente abolió el
partido único que lo había mantenido como dictador; devolvió la libertad a los
enemigos políticos; lanzó las elecciones que habían sido reclamadas durante
largos veinticinco años; fue derrotado por el voto popular y abandonó la suma
del poder, en una sucesión de actos de libertad inexplicables para la
burocracia que se había consolidado. Y
todo esto fue realizado mientras contribuyó sustancialmente a la causa de la
liberación étnica y política de Sudáfrica y otros países de la región.
En la segunda mitad de la
década, el marxismo antihumanista de Althusser había resignado posiciones. Él mismo, tal vez como en su momento había
ocurrido con las locuras “metafísicas”[4] de Nietzsche y de Hölderlin, se encontró
sin salida en el desarrollo de su filosofía originaria y produjo aquel
desafortunado incidente, que bien podríamos calificar de “suicidio” simbólico.
Por otra parte, la
Perestroika avanzaba a pasos fenomenales, dejando sin aliento al “Occidente” y,
desde luego, a los burócratas de los partidos comunistas dentro y fuera de la
Unión Soviética. La interpretación
oficial de los fenómenos sociales y de las aspiraciones de la sociedad
socialista habían cambiado drásticamente.
Así, en el Informe del Secretario General del CC del PCUS al Pleno del
Comité Central, reunido el 27 de Enero de 1987 en Moscú, se dice: «Nuestra
moral, nuestro modo de vida están sometidos a prueba. En este caso se trata de su capacidad de
desarrollar y enriquecer los valores de la democracia socialista, de la justicia
social y del Humanismo... Por su esencia
revolucionaria, por su audacia y por su orientación social humanista, el
trabajo que está en marcha es la continuación de la gran obra iniciada por
nuestro Partido leninista en octubre de 1917».[5]
No se trataba solamente de
declamar humanismos. En la práctica, el
clima de participación, democracia directa y desconfianza por el monopolio
estatal, mostraba a las claras que se trataba de la misma tendencia humanista
que el llamado ”joven” Marx hubiera suscrito sin ambages.
Un cambio de actitud, en
todos los órdenes, había empezado y algunos esbozos teóricos comenzaban a
desarrollarse. En tal sentido, Man, Science, Humanism: a New Synthesis de L.
Frolov[6] muestra el enriquecimiento de visión operado entre los ideólogos y
científicos de la URSS, poco tiempo antes de la llegada de la Perestroika.
Pasada la segunda mitad de
la década del ‘80, algunos movimientos retomaban la marcha perdida en los
acontencimientos de Mayo del ‘68. Esto,
básicamente, porque aquella generación, que prematuramente protagonizó los
acontecimientos de esa época, hoy se encontraba instalándose en el poder en los
distintos campos. Se recordaba con
nostalgia la “década prodigiosa” y un nuevo “naturalismo” comenzaba a
desarrollarse a través de distintas manifestaciones culturales y
políticas. Expresiones ecologistas
mostraron su influencia creciente, aun cuando habían comenzado a generarse a
partir de la década del ‘70.
Es en el Movimiento
Humanista donde aparece con claridad la influencia de un nuevo tipo de planteo
teórico, conocido como “Nuevo Humanismo”.
El Movimiento Humanista comienza a desarrollarse a través de
organizaciones sociales, culturales y políticas al comienzo de la década del
‘80, apoyándose en numerosos temas propiciados por el método fenomenológico y
las corrientes existencialistas, estructurados de un modo original bajo la
perspectiva del pensamiento de Silo.
El humanismo universalista
1. El Nuevo Humanismo
“...
Silo[7] explica que el ser humano, antes de ponerse a pensar respecto a
sus orígenes, o su destino, etc., se encuentra en una determinada situación
vital. Situación que no ha elegido. Así, nace sumergido en un mundo natural y también
social, plagado de agresiones físicas y mentales, que registra como dolor y
sufrimiento.[8] Y se moviliza contra los factores agresivos, tratando de
superar el dolor y el sufrimiento. A
diferencia de otras especies, la humana es capaz de ampliar sus posibilidades
corporales mediante la producción y utilización de instrumentos, de ‘prótesis’
(en su etimología: pro=delante y thesis=posición). Así es que, en su accionar contra los
factores dolorosos, produce objetos y signos que se incorporan a la sociedad y
que se transmiten históricamente. La
producción organiza a la sociedad y, en continua realimentación, la sociedad
organiza a la producción. Éste, desde
luego, no es el mundo social y natural de los insectos, que trasmiten su
experiencia genéticamente. Éste es un
mundo social que modifica el estado natural y animal del ser humano. En este mundo, nace cada ser humano. Un mundo en que su propio cuerpo es parte de
la naturaleza y un mundo no natural, sino social e histórico. Es decir, un mundo de producción (de objetos,
de signos), netamente humano. Un mundo
humano en el que todo lo producido está “cargado" de significación, de
intención, de para qué. Y esa intención
está lanzada, en última instancia, a superar el dolor y el sufrimiento. Con su
característica ampliación del horizonte temporal, el ser humano puede diferir
respuestas, elegir entre situaciones y planificar su futuro. Y es esta libertad la que le permite negarse
a sí mismo, negar aspectos de su cuerpo, negarlo completamente como en el
suicidio, o negar a otros. Esta libertad
ha permitido que algunos seres humanos se apropien ilegítimamente del todo
social. Es decir, que nieguen la
libertad y la intencionalidad a otros seres humanos, reduciéndolos a prótesis,
a instrumentos de sus propias intenciones.
Allí está la esencia de la discriminación, siendo su metodología la
violencia física, económica, racial y religiosa. Necesariamente, aquellos que han reducido la
humanidad de otros seres humanos, han provocado con esto nuevo dolor y
sufrimiento, reiniciando en el seno de la sociedad la antigua lucha contra la
naturaleza, pero ahora contra otros seres humanos convertidos en objetos
naturales. Esta lucha no es entre
fuerzas mecánicas, no es un reflejo natural.
Es una lucha entre intenciones humanas y esto es, precisamente, lo que
nos permite hablar de opresores y oprimidos, de justos e injustos, de héroes y
cobardes. Esto es lo único que permite
rescatar la subjetividad personal, y es lo único que permite practicar con
sentido la solidaridad social y el compromiso con la liberación de los
discriminados, sean estos mayorías o minorías.
A estas alturas, se impone una definición del ser humano. No bastará decir: ‘el hombre es el animal
social’, porque otros animales también lo son.
Será incompleto definirlo como fabricante de objetos, poseedor de
lenguaje, etc. En la concepción
siloísta, ‘el hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma
a su propia naturaleza’. Si admitimos
esta definición, tendremos que aceptar que puede transformar también su propia
constitución física... Y así está
sucediendo; comenzó con prótesis externas y hoy las está introduciendo en su
propio cuerpo. Está cambiando sus
órganos. Está interviniendo en su
química cerebral. Está fecundando ‘in
vitro’ y ha comenzado a manipular sus genes.
Reconociendo que todo ser humano se encuentra en situación y que esta
situación se da en el mundo de lo natural (cuyo exponente más inmediato es el
propio cuerpo), al par que en el mundo social e histórico; reconociendo las
condiciones de opresión que algunos seres humanos han establecido en el mundo,
al apropiarse del todo social, se desprende una ética social de la libertad[9],
un compromiso querido de lucha no sólo contra las condiciones que me producen
dolor y sufrimiento, sino que lo provocan a otros. Porque la opresión a cualquier ser humano es
también mi opresión. Su sufrimiento es
el mío y mi lucha es contra el sufrimiento y aquello que lo provoca. Pero al opresor no le basta con encadenar al
cuerpo. Le es necesario llegar más
lejos, apropiarse de toda libertad y de todo sentido. Por tanto, apropiarse de la
subjetividad. Por lo anterior, las ideas
y el pensar deben ser cosificadas por el Sistema. Las ideas ‘peligrosas’ o ‘sospechosas’ deben
ser aisladas, encerradas y destruidas como si se tratara de gérmenes
contaminantes. Vistas así las cosas, el
ser humano debe reclamar también su derecho a la subjetividad: a preguntarse
por el sentido de su vida y a practicar y predicar públicamente sus ideas y su
religiosidad o irreligiosidad. Y cualquier
pretexto que trabe el ejercicio, la investigación, la prédica y el desarrollo
de la subjetividad... que lo trabe o lo
postergue, muestra el signo de la opresión que detentan los enemigos de la humanidad...
“
En Contribuciones al
Pensamiento,[10] Silo expone plenamente las bases teóricas de su concepción,
pero es en Cartas a mis Amigos donde se expresa el Nuevo Humanismo con todo el
vigor de un manifiesto.[11] Desde luego
que ya se habían publicado el Humanist Manifesto de 1933, inspirado por Dewey,
y también el Humanist Manifesto II de 1974, influido por las ideas de Lamont y
suscrito entre otros por Sakharov. Tal
vez para ponerse a distancia del naturalismo del primero y del
social-liberalismo del segundo, Silo le da a su escrito el título de “Documento
del Movimiento Humanista”. Pasamos a
transcribir la introducción del Documento.[12]
«Los humanistas son mujeres
y hombres de este siglo, de ésta época.
Reconocen los antecedentes del humanismo histórico y se inspiran en los
aportes de las distintas culturas, no solamente de aquellas que en este momento
ocupan un lugar central. Son, además,
hombres y mujeres que dejan atrás este siglo y este milenio, y se proyectan a
un nuevo mundo».
«Los humanistas sienten que
su historia es muy larga y que su futuro es aún más extendido. Piensan en el porvenir, luchando por superar
la crisis general del presente. Son
optimistas, creen en la libertad y en el progreso social».
«Los humanistas son
internacionalistas, aspiran a una nación humana universal. Comprenden globalmente al mundo en que viven
y actúan en su medio inmediato. No
desean un mundo uniforme sino múltiple: múltiple en las etnias, lenguas y
costumbres; múltiple en las localidades, las regiones y las autonomías;
múltiple en las ideas y las aspiraciones; múltiple en las creencias, el ateísmo
y la religiosidad; múltiple en el trabajo; múltiple en la creatividad».
«Los humanistas no quieren
amos; no quieren dirigentes ni jefes, ni se sienten representantes ni jefes de
nadie. Los humanistas no quieren un
Estado centralizado, ni un Paraestado que lo reemplace. Los humanistas no quieren ejércitos
policíacos, ni bandas armadas que los sustituyan».
«Pero entre las aspiraciones
humanistas y las realidades del mundo de hoy, se ha levantado un muro. Ha llegado pues, el momento de derribarlo. Para ello es necesaria la unión de todos los
humanistas del mundo».
En una de sus más recientes
conferencias, Silo[13] caracteriza al Humanismo como una actitud y una
perspectiva frente a la vida, negando que éste haya sido una filosofía. Precisamente, según este autor, la confusión
entre defensores y detractores parte de una ubicación falsa del fenómeno y
reclama un replanteo de toda la cuestión.
Por otra parte, niega que el humanismo histórico defina con exclusivismo
esa actitud que, por lo demás, se encuentra en diversas culturas y
regiones. Examinemos algunos de sus
comentarios.
«Será conveniente explicitar
nuestros intereses respecto a estos temas ya que de no hacerlo se podría pensar
que estamos motivados simplemente por la curiosidad histórica o por cualquier
tipo de trivialidad cultural. El
Humanismo tiene para nosotros el cautivante mérito de ser no solo historia sino
también proyecto de un mundo futuro y herramienta de acción actual. Nos interesa un humanismo que contribuya al
mejoramiento de la vida, que haga frente a la discriminación, al fanatismo, a
la explotación y a la violencia. En un
mundo que se globaliza velozmente y que muestra los síntomas del choque entre
culturas, etnias y regiones debe existir un humanismo universalista, plural y
convergente. En un mundo en el que se
desestructuran los países, las instituciones y las relaciones humanas, debe
existir un humanismo capaz de impulsar la recomposición de las fuerzas
sociales. En un mundo en el que se
perdió el sentido y la dirección en la vida, debe existir un humanismo apto
para crear una nueva atmósfera de reflexión en la que no se opongan ya de modo
irreductible lo personal a lo social ni lo social a lo personal. Nos interesa un humanismo creativo, no un
humanismo repetitivo; un nuevo humanismo que teniendo en cuenta las paradojas
de la época aspire a resolverlas...
Empecemos por lo reconocible históricamente en Occidente, dejando las
puertas abiertas a lo sucedido en otras partes del mundo en las que la actitud
humanista ya estaba presente antes del acuñamiento de palabras como
‘humanismo’, ‘humanista’ y otras cuantas del género. En lo referente a la actitud que menciono y
que es posición común de los humanistas de las distintas culturas, debo
destacar las siguientes características: 1.
ubicación del ser humano como valor y preocupación central; 2. afirmación de la igualdad de todos los seres
humanos; 3. reconocimiento de la
diversidad personal y cultural; 4.
tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como
verdad absoluta; 5. afirmación de la
libertad de ideas y creencias y 6.
repudio de la violencia».
Más adelante pasa revista a
algunos prejuicios que ya se inician con la aceptación de la palabra
“humanismo”, sin comprender que ella tuvo poco que ver con la actitud
humanista. «...en realidad la actitud
humanista había comenzado a desarrollarse mucho antes y esto podemos rescatarlo
en los temas tratados por los poetas goliardos y por las escuelas de las
catedrales francesas del siglo XII. Pero
la palabra ‘umanista’, que designó a un cierto tipo de estudioso, recién
comenzó a usarse en Italia en 1538. En
este punto remito a las observaciones de A. Campana en su artículo: The Origin
of the Word ‘Humanist’, publicado en 1946.
Con lo anterior estoy destacando que los primeros humanistas no se
reconocían a sí mismos bajo esa designación que, en cambio, tomará cuerpo mucho
más adelante. Y aquí habría que
consignar que palabras afines como ‘humanistische’ (‘humanístico’), de acuerdo
con los estudios de Walter Rüegg, comienzan a usarse en 1784 y ‘Humanismus’
(‘humanismo’) empieza a difundirse a partir de los trabajos de Niethammer de
1808. Es a mediados del siglo pasado,
cuando el término ‘humanismo’ circula en casi todas las lenguas. Estamos hablando, por consiguiente, de
designaciones recientes y de interpretaciones de fenómenos que seguramente
fueron vividos por sus protagonistas de un modo muy diferente a como los
consideró la historiología o la historia de la cultura del siglo pasado».
Luego retoma la cuestión
humanista en el momento actual. «Dijimos
que los filósofos de la existencia reabrieron el debate sobre un tema que
parecía muerto. Pero este debate partió
de considerar al humanismo como una filosofía cuando en realidad nunca fue una
postura filosófica sino una perspectiva y una actitud frente a la vida y las
cosas. Si en el debate se dio por
aceptada la descripción del siglo XIX, no es de extrañar que pensadores como
Foucalt hayan acusado al humanismo de estar incluido en ese relato. Tal vez la discusión estuvo basada en la
posición del existencialismo que planteó la cuestión en términos
filosóficos. Viendo estas cosas desde la
perspectiva actual nos parece excesivo aceptar una interpretación sobre un
hecho como el hecho mismo y, a partir de ello, atribuir a éste determinadas
características. Althusser, Lévi-Strauss y numerosos estructuralistas han
declarado en sus obras su antihumanismo, del mismo modo que otros han defendido
al humanismo como una metafísica o, cuando menos, una antropología... En realidad, el humanismo histórico
occidental no fue en ningún caso una filosofía, ni aún en Pico de la Mirándola
o en Marsilio Ficino. El hecho de que
numerosos filósofos estuvieran incluidos en la actitud humanista no implica que
ésta fuera una filosofía. Por otra
parte, si el humanismo renacentista se interesó por los temas de la ‘filosofía
moral’ debe entenderse a esa preocupación como un esfuerzo más por desbaratar
la manipulación práctica que en ese campo efectuó la filosofía escolástica
medieval. Desde esos errores en la
interpretación del humanismo, considerado como una filosofía, es fácil llegar a
cualquier postura. Así las cosas,
autores como Lamont han definido sus humanismos como naturalistas y
antiidealistas afirmando el antisobrenaturalismo, el evolucionismo radical, la
inexistencia del alma, la autosuficiencia del hombre, la libertad de la
voluntad, la ética intramundana, el valor del arte y el humanitarismo. Creo que éstos tienen todo el derecho en
caracterizar así a sus concepciones pero me parece un exceso sostener que el
humanismo histórico se haya movido dentro de esas direcciones. Por otra parte, pienso que la proliferación
de ‘humanismos’ en los años recientes es del todo legítima siempre que éstos se
presenten como particularidades y sin la pretensión de absolutizar al Humanismo
en general. La discusión filosófica con
un humanismo histórico y, además localizado, ha sido mal planteada. El debate recién comienza ahora y las
objeciones del Antihumanismo tendrán que justificarse ante lo que hoy plantea
el Nuevo Humanismo universalista.
Debemos reconocer que toda esta discusión ha sido un tanto provinciana y
ya lleva bastante tiempo este asunto de que el Humanismo nace en un punto, se
discute en un punto, y tal vez se quiera exportar al mundo como un modelo de
ese punto».
Y comenta irónicamente:
«...concedamos que el ‘copyright’, el monopolio de la palabra ‘humanismo’, está
asentado en un área geográfica. De hecho
hemos estado hablando del humanismo occidental, europeo y, en alguna medida,
ciceroniano. Ya que hemos sostenido que
el humanismo nunca fue una filosofía sino una perspectiva y una actitud frente
a la vida, ¿no podremos extender nuestra investigación a otras regiones y reconocer
que esa actitud se manifestó de modo similar?
En cambio, al fijar al humanismo histórico como una filosofía y, además,
como una filosofía específica de Occidente no sólo erramos sino que ponemos una
barrera infranqueable al diálogo con las actitudes humanistas de todas las
culturas de la Tierra. Si me permito
insistir en este punto es no sólo por las consecuencias teóricas que ha tenido
la postura antes citada, sino por sus derivaciones negativas en la práctica
inmediata».
¿Qué nos ha dejado el
prejuicio de una supuesta filosofía humanista?
Silo explica que «en el humanismo
histórico, existía la fuerte creencia de que el conocimiento y el manejo de las
leyes naturales llevaría a la liberación de la humanidad. Pero hoy hemos visto que existe una
manipulación del saber, del conocimiento, de la ciencia y de la
tecnología. Que este conocimiento ha
servido a menudo como instrumento de dominación. Ha cambiado el mundo y se ha acrecentado
nuestra experiencia. Algunos creyeron
que la religiosidad embrutecía la conciencia y para imponer paternalmente la
libertad, arremetieron contra las religiones.
Hoy emergen violentas reacciones religiosas que no respetan la libertad
de conciencia. Ha cambiado el mundo y se
ha acrecentado nuestra experiencia.
Algunos pensaron que toda diferencia cultural era divergente y que había
que uniformar las costumbres y los estilos de vida. Hoy se manifiestan violentas reacciones
mediante las cuales las culturas tratan de imponer sus valores sin respetar la
diversidad. Ha cambiado el mundo y se ha
acrecentado nuestra experiencia. Y hoy,
frente a esta trágica sumersión de la razón, frente al crecimiento del síntoma
neoirracionalista que parece invadirnos, todavía se escuchan los ecos de un
racionalismo primitivo en el que fueron educadas varias generaciones. Muchos parecen decir: ‘¡Razón teníamos al
querer acabar con la religiones, porque si lo hubiéramos logrado hoy no habría
luchas religiosas; razón teníamos al tratar de liquidar la diversidad porque si
lo hubiéramos logrado no se encendería ahora el fuego de la lucha entre etnias
y culturas!’ Pero aquellos racionalistas
no lograron imponer su culto filosófico único, ni su estilo de vida único, ni
su cultura única, y eso es lo que cuenta.
Sobre todo cuenta la discusión para solucionar estos serios conflictos hoy
en desarrollo. ¿Cuánto tiempo más se
necesitará para comprender que una cultura y sus patrones intelectuales o de
comportamiento no son modelos que la humanidad en general deba seguir? Digo esto porque tal vez sea el momento de
reflexionar seriamente sobre el cambio del mundo y de nosotros mismos. Es fácil pretender que cambien los otros,
sólo que los otros piensan lo mismo. ¿No
será hora de que comencemos a reconocer al ‘otro’, a la diversidad del
‘tú’? Creo que hoy está planteado con
más urgencia que nunca el cambio de mundo y que este cambio para ser positivo
es indisoluble en su relación con el cambio personal. Después de todo, mi vida tiene un sentido si
es que quiero vivirla y si es que puedo elegir o luchar por las condiciones de
mi existencia y de la vida en general.
Este antagonismo entre lo personal y lo social no ha dado buenos
resultados, habrá que ver si no tiene mayor sentido la relación convergente
entre ambos términos. Este antagonismo
entre las culturas no nos lleva por la dirección correcta, se impone la
revisión del declamativo reconocimiento de la diversidad cultural y se impone
el estudio de la posibilidad de convergencia hacia una nación humana
universal».
Silo termina la conferencia
mencionada con estas palabras: «No estamos nosotros para pontificar acerca de
quién es o no es un humanista sino para opinar, con las limitaciones del caso,
acerca del Humanismo. Pero si alguien
nos exigiera definir la actitud humanista en el momento actual le
responderíamos en pocas palabras que “humanista es todo aquel que lucha contra
la discriminación y la violencia, proponiendo salidas para que se manifieste la
libertad de elección del ser humano”»
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